Agosto significaría la espera.
Después de Barcelona, Montserrat, Sitges, Almacellas (donde tengo familia) y mi casa en Alcalá, realizamos un viajazo en Tenerife que puedes ver aquí.
Fueron dos semanas increíbles en las que acabé totalmente enamorada de la isla. Espectacular. Toda una maravilla.
Nuestros viajes veraniegos me cargaron las pilas a tope. Y eso que no paramos, pero para mí siempre significan la mejor medicina y un chute increíble de buena energía.
¡¡Qué bien me sienta siempre viajar!! ¿Habrá algo mejor?
Después de un comienzo de año un tanto apático, la presión de mi examen final de competencias de toda la carrera, la finalización de responsabilidades y de mi trabajo anterior, los agobios del destino, de decidir qué hacer, de reinventarse y cambiar, de pasar casi 3 meses en una Irlanda bonita y verde, pero a la vez lluviosa y fría, con el estrés constante de cuatro pequeños revoloteando a tu lado e intentando controlarlos, de actuar y sentirse como una madre… después de todo esto llegaría la espera del programa, de esa idea de voluntariado viajera y alocada.
Todo lo vivido anterior me hizo apreciar aún más la tranquilidad de la soledad en pareja y nuestro deslumbrante sol español (y además en agosto, te puedes imaginar). Aunque yo nací en invierno, mi estación favorita siempre fue el verano y siempre seré dependiente del bueno tiempo y del Sol.
Pero como siempre toca, llegó la despedida de la impresionante Tenerife y la vuelta a la realidad: concretar el plan.
Parece que el programa de Noruega se nos resistía. Como era bastante caro, nosotros escogimos la opción de trabajar allí en la organización 6 meses antes, a gastos pagados, para financiar el programa. Y así, el único desembolso en varios años, sería la matrícula.
El trabajo allí te lo daban ellos, y mientras cumplieras, no te tendrías que preocupar por nada más.
Finalmente, no pudimos realizarlo en ese nórdico país (tampoco es que me ilusionara mucho) por falta de inglés para los trabajos de los que disponían. Por tanto, después de unas semanas de espera, el promotor de Noruega nos remitió a otra escuela que yo desconocía en Inglaterra, donde tenían el mismo programa, sin ningún tipo de exigencias de nivel de inglés entre otras cosas (¿curioso, eh? jeje).
Y así es como, después de esperar y superar ciertas barreras (a punto estuvo de irse todo al garete por la espera, los problemas y porque la decisión no sólo me incluía a mí y era super importante que la otra persona estuviera segura al 100%), conseguimos lanzarnos.
Y entonces, poco a poco, llegó Septiembre, el mes donde comenzaría esta nueva inspiradora aventura, inesperadamente, contra todo pronóstico, en tierras inglesas.
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