Llegó julio y estando en Irlanda como os contaba, una mañana, buceando por la red, encontré mi siguiente plan que desembocaría en un largo periodo de luchas, desafío, crecimiento y confrontación sentimental y personal.
Semanas previas elegí cuidadosamente la fecha. Un 21 de julio.
El mismo 21 de julio, en el cuál, dos años atrás, comenzó todo. Un día que quebrantó mil dudas y unió a dos corazones. Mismo día en el que escribí este escrito, Renacer, uno de mis favoritos. E innumerables más siguieron de toda la inspiración que nació desde esa fecha y ese momento.
Dos personas que el tiempo les enseñaría lo dolorosamente diferente que eran. Ya no era sólo cuestión de personalidades, sino de deseos, intereses y, sobre todo, aspiraciones.
Pero justamente, dos años atrás, no existían diferencias. Sólo magia, conexión, alegría, química, pureza y amor. Sí, amor. Algo a lo que se podría llamar puro amor.
El último periodo de la relación fue complicado y muy distinto al comienzo, a esos primeros meses de ensueño y ese 2013 que se me quedaría grabado para siempre en la memoria como, sin duda, mi mejor año.
Por desgracia, demasiado antes de tiempo, llegó el momento de las frustraciones, el desconcierto, las luchas internas, la desidealización, los quebraderos de cabeza y la insatisfacción.
Quizás ese mismo deseo de vuelta al comienzo, fuera el mismo que lo enturbiara todo.
Aquel inicio fue tan bueno, pleno, feliz y conmovedor que costaba creer que se estuviera escapando de las manos y no se pudiera volver a él.
Que fuera sólo una fase llevada por el viento, como una página acabada e irrecuperable.
No podía ser.
Sin embargo, aquella ida a Irlanda, quizás fuera también, en buena parte, una huida por mi insatisfacción sentimental. Necesitaba alejarme para aclararme.
Y así llegué a la consecución, después de ese parón, de un nuevo plan, juntos.
Aterricé del avión de Dublín, un 21 de julio, en Barcelona. Para olvidarnos, de un momento, del Madrid de nuestros recuerdos.
Hacíamos dos años, acababa de llegar de mi experiencia de tres meses en Irlanda y era la segunda vez que visitábamos la encantadora ciudad Condal, pero la primera vez juntos.
Esperando que el verano, el mar y el arte, como poco, nos inspirara.
Fue allí, en la playa de la Barceloneta, donde pusimos punto y final al plan.
A una idea que llevaba semanas rondando insistentemente en mi cabeza desde que la descubrí: un programa de 24 meses en Noruega, que nos permitiría viajar 3 meses en África o Asia y realizar un voluntariado de 6 meses en uno de los dos continentes.
Era un gran reto para los dos y sobre todo para mi compañero que nunca se hubiera planteado salir de España o de su zona controlada de seguridad, aunque estuviera agotado y hastiado de su vida y su trabajo. Él también estaba pidiendo a gritos un cambio. Era algo necesario.
Lo que no sabíamos era si ese cambio sería para bien o para mal. Pero si uno no se arriesga ni lo intenta, nunca lo sabrá.
Ya bastante «anodina», por decir algo suave, era la situación como para no luchar por nuevos planes y empeñarse a dar el paso valiente y arriesgado.
¿Os ha pasado a vosotros alguna situación similar? ¿Os habéis atrevido a dar ese paso? ¿O realmente queréis darlo y no sabéis cómo? ¡Deja aquí abajo tus comentarios!
En breves os contaré las consecuencias de ese cambio.
Y, como siempre, os animo a luchar por lo que os gusta de verdad.
Nunca estaréis solos.
Mucho amor,
Ishtar
Azu
Me siento totalmente identificada con tu situación en ese momento, es alentador saber que hay más gente con experiencias similares que te hacen sentir más comprendida! Y te empujan a dar esos pasos que te producen miedo, pero tan necesarios para vivir plenamente y avanzar.
Ishtar
Hola Azu!! Lo primero muchas gracias por comentar!
La verdad que sí, a veces nos creemos los únicos, pero cuántas personas en algún momento u otro se llegan a sentir igual, y qué importante es el sentirse comprendido también.
Como dices, esos pasos pueden dar miedo, pero si te van a ayudar a vivir más feliz, merecerán la pena. Mucho ánimo!!