Es irónico cómo un móvil puede hacer cambiar tanto las cosas. Como os contaba en el post anterior, cuando estaba preparándome para cocinar, se me cayó el móvil y se rompió la pantalla, con tan mala suerte que ya no podía hacer nada con él.
Como os podéis imaginar, en un trabajo tan demandante como en el que estaba, mi móvil servía para múltiples tareas: como distracción, descanso, enseñanza, desahogo, comunicación, entretenimiento y desconexión (algo totalmente necesario cuando eres cuidadora permanente, no tienes con quien hablar y dedicas todas tus horas al cuidado de otra persona).
Por tanto, mi última semana en aquel trabajo comenzó torcida. Me centré por intentar arreglar mi móvil, un bq Aquaris e5, por mí misma, fuera como fuera. Me negaba a comprarme otro cuando ese me iba perfectamente y sólo tenía un año escaso.
Después de mucho esfuerzo y delicadeza, comprar una nueva pantalla táctil, quitar mil tornillos, piezas y aprender un montón de electrónica móvil, pude cambiar la pantalla. Sin ninguna pistola de aire caliente, sólo con algún destornillador, una púa de guitarra y una lima. Todo un trabajo de chinos jeje.
Cuando todo estaba cambiado, algo no iba bien y seguía sin funcionar. Por tanto, decidí volver a casa lo antes posible cuando acabara mi trabajo.
Pero esa semana aún no había acabado, otro hecho desafortunado empeoró aún más las cosas. En mi penúltimo día, el perro de mi cliente mordió a otro perro. Yo le estaba sacando al parque como de costumbre cuando apareció una madre con un carrito, su bebé y su perro. Al ser grande, se asustó porque en una ocasión anterior le habían mordido a él y fue al ataque.
Imaginaos qué cara se me quedó cuando tuve que explicarle todo a esa madre y disculparme, diciendo que yo ni siquiera era la dueña y que la dueña no podía hablar por teléfono con ella porque tenía parálisis cerebral. Quería sus datos para ver si el perro tenía todas las vacunas en orden. Fue un desastre.
Cuando volví a casa y lo comuniqué todo se enfadaron, me culparon y se lo tomaron mucho peor que a la propia dueña del otro perro mordido, que a pesar de lo ocurrido, fue amable conmigo.
No sólo que me culparan sino que no tuvieron una pizca de comprensión al explicar bien cómo pasó todo. Incluso me hicieron escribir todos mis datos por si me tenía que reclamar la policía. Sólo quedaba un día para irme y me sentía con un mal sabor de boca…
Pero aún no había terminado la cosa. Cuando les dije a la hora que me iría el siguiente día (era el único vuelo a esa hora desde Luton) aún se enfadaron más por tener que irme un pelín antes de lo previsto (y eso que no iba a estar nadie en casa).
No querían que me fuera antes y les daba igual que perdiera el vuelo, cuando sabían perfectamente que no tenía móvil, mi tarjeta inglesa estaba bloqueada y después de acabar allí no tenía a ningún sitio donde ir.
Pues nada que no lo entendían. Tuve que pensar mucho, pedir consejo, llamar a la agencia muy tarde por la noche, volver a llamar por la mañana al día siguiente…
Sentí como si todo mi esfuerzo y trabajo de esas semanas, intentando hacer todo bien, que mi cliente se sintiera bien y estando pendiente de todo, no había servido para nada.
Menos mal que tenía un contacto de la agencia que pudo tranquilizarme y explicarme qué debía hacer y qué pasos seguir.
Imagínate, después de todo esto y ese tremendo lío y malestar, las ganas que me entraron de continuar la experiencia con otro cliente, como estaba planeado. E imagínate lo que hubiera pasado si hubiera tenido algún problema con mi cliente en vez de con su perro.
Al menos, gracias a toda esta locura y ese día de nervios que pasé, cuando llegué al aeropuerto y pude sentarme a esperar, me sentí completamente feliz y en paz. Ya había pasado todo. Estaba a salvo y volviendo a casa. Era libre. Y volvía a tener vida. Esa sensación no la cambio por nada.
Hasta mi compañero, que de vuelta me recogió del aeropuerto, dijo que nunca me había visto tan feliz.
Después del último día tan malo, volver a casa y con los míos me parecía una maravilla. Es cierto que nunca había tenido tantas ganas de volver.
Estaba pletórica, rebosante de felicidad, tranquila, sin todas esas responsabilidades y rutinas. Me sentía una persona nueva.
Por desgracia, esa sensación no duró mucho.
Pasé de la más pletórica felicidad al vacío más recóndito. Del alivio a la agonía del abatimiento y la desgana. Pasaba los días sin salir de casa, leyendo, desmotivada. Cuando llevaba 3 días así aún me sentía peor y comenzaba de nuevo el ciclo donde la desgana se retroalimentaba. Posiblemente fuera una especie de depresión. Depresión post – muchos cambios, muchos retos, desafíos y muchos golpes.
Me había dado cuenta de que no tenía muchos amigos en el lugar donde siempre había crecido. Y por tanto, no surgían planes para entretenerme o despejarme. Ni mucho menos, divertirme. Algo que yo ya estaba necesitando, la simple diversión.
Había tenido bajones, pero no de ese calibre nunca y la verdad que me asusté de sentirme así. De esa paralización y desgana extrema. Sabía que todo tenía su raíz y hasta comprendía el por qué pero no era capaz de activarme. Estaba abatida.
Estuve pensando en qué podía hacer, sintiendo el peso de la responsabilidad y en parte, culpabilidad, por el hecho de que otra persona eligiera otro camino (que no fuera el suyo) por el hecho de seguirme. El amor había sido un golpe fuerte y despiadado en todo ese periodo. Y por fin, él estaba haciendo algo que nunca antes hubiera imaginado por cuenta propia (con algo de ayuda).
El paso para irse solo a Escocia de voluntario, ya me demostró que todo podría ser distinto. El haber estado tanto tiempo cargando, decidiendo y luchando por los dos me había machacado y ya no podía más. Cada uno tiene que actuar y pelear por sí mismo.
Al estar allí, me hizo pensar mucho y cambiar mi pensamiento. Pero ahora me tocaba decidir por mí y el hecho de ‘desvincularse’ para volver a estar juntos cuando comenzara nuestro programa en agosto, también me mataba.
La idea anterior era trabajar para luego viajar juntos por nuestra cuenta, como el plan original que nos hizo embarcar hacia el programa más largo de dos años. Pero otra vez, el plan se frustró. Por tanto, estuve revisando diversos voluntariados y workaways.
En mi mente revivían viejos y nuevos destinos como Marruecos o alguno más hippie-playero como Ibiza. Me apetecía algo que fuera realmente gratificante. Algo que me permitiera crecer, reír y disfrutar. Si algo había aprendido en la escuela de Inglaterra es que quería disfrutar más de la vida, sonreír, hacer cosas que me apasionaran, compartir con los demás. No podía seguir en ese estado de susceptibilidad y disgusto.
Después de calentarme mucho la cabeza y vivir de lleno esa fase apática, volví a iluminarme al pensar en una nueva idea que se correspondía con todo el proceso anterior y vino más, por un golpe de suerte. ¿Cuál sería?
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